El día se
despertaba ambicioso, optimista, humilde y muy soleado. Aún el verano no había
recargado todas sus fuerzas, por lo que el clima todavía se encontraba bien adaptado
a la primavera; ésta dejaba entrar por la ventana una cálida brisa primaveral y
junto a ella, restos de polen y pétalos sueltos de las hermosas flores
silvestres más débiles. El viento soplaba en dirección norte, esto hacía que
los olores de toda la vegetación de alrededor entraran también como invitado
principal. Debido a que el día se presentaba calmado, no se percibía ningún
sonido del río ni de la fuente situada a la entrada del castillo, pero como
todas las mañanas, los pájaros propios del lugar ya adaptados en sus numerosos
nidos, revoloteaban y cantaban contentos. Sin duda, todo un deleite para
comenzar el día.
Frente a su tocador
de madera, Eleonor se peinaba el pelo aún en pijama, y se disponía a enfrentar
un día más. Ella era la más “pequeña” del castillo, ya que los únicos que
habitaban en él por aquel entonces, eran todas las personas que trabajaban allí
y su padre. Tenía 17 años, era de estatura media y delgada; su piel, clara y
algo rosada; sus ojos, grandes y de color miel, sus pestañas eran de gran
longitud, pero sin embargo, no muy espesas; no tenía la cara redondeada, pero
sus mejillas resaltaban junto a su sonrisa, la cual estaba enmarcada en unos
labios no muy gruesos pero los cuales podían rodearla sin dificultad; su nariz
era perfilada y mediana, mientras que su pelo, de color chocolate, se
presentaba lacio a partir de la raíz, pero conforme se aproximaba a las puntas,
se convertía en bonitas ondulaciones que acababan justo debajo de su pecho.
Cuando terminó de
peinarse, abrió su gran armario para elegir qué ropa se pondría hoy. Estaba
contenta, y sin saber que este estado de ánimo se consumaría pronto, escogió su
vestido favorito de día; era un vestido turquesa, con unos finos tirantes, de
altura justa para dejar ver su collar; ajustado hasta la cintura por un largo
lazo verde y suelto hasta los pies. Por último, con un calzado plano también de
color verde, terminó con su atuendo.
Cuando bajó las
rojas escaleras aterciopeladas que llevaban hasta el salón, percibió un
delicioso olor a pan recién hecho, esto último le hizo aligerar sus pasos para
sentarse en la mesa.
Ya allí
sentada, hizo un repaso general de lo que había en ella: Justo debajo suyo
encontró un par de tostadas de pan rociadas con aceite de oliva, un cuenco de
cerámica en el que reposaba las ralladuras de un tomate y un vaso con un poco
de vino de grignolino, el cual le encantaba a Eleonor por la cantidad de
perfumes florales que podía llegar a apreciar; levantando un poco la mirada, se
encontró con un jarrón de cristal, en el cual reposaba un ramo de amapolas
recién cortadas. Cipriano, el floricultor y cultivador del palacio, cortaba un
ramo todas las mañanas bien temprano, para que todos tuviesen algo agradable a
la vista mientras desayunaban; eventualmente cortaba amapolas, y muy pocas
veces Berenice, la cocinera, hacía el desayuno favorito de Eleonor. Todo esto
podía indicar dos cosas: algo realmente bueno o algo muy malo iba a suceder.
Tras desayunar, se
dirigió a dar un paseo por el jardín delantero del palacio donde esperaría la
llegada del mensajero, leería un rato y repasaría con la vista las hermosas
flores silvestres que tanto le gustaba mirar.
Una vez allí, se
sentó junto a la fuente colocada en el centro de aquel jardín, y sacó el libro
que estaba a punto de terminar, le faltaban muy pocas hojas pero el día
anterior no quiso terminarlo; esperó ambiciosamente a llegar a un lugar
apropiado para poder hacerlo, así pues, con el sol como luz predestinada a
alumbrar las hojas de su libro, comenzó a leer nerviosa aquel drama que parecía
no tener salida.
Cuando apenas iba a
terminarlo, su vista comenzó a nublarse, y sus ojos a humedecerse. A pesar de
saber el tipo de libro que había escogido para leer, estaba sumida en una gran
tristeza, aquello le daba tanta pena… Aquel no era el primer ni el segundo
libro de aquellas características que se leía. Algunas personas, la podrán
calificar como masoca, pero era simple admiración a aquel arte. Tras concluir
con el dichoso final, cerró el libro, se apoyó en uno de los pilares de la
fuente y se quedó mirando al cielo meditando sobre aquello; esto era algo que
le gustaba hacer, quería sacar sus propias conclusiones.
Tiempo después
llego el mensajero, y pensando éste que estaría despierta, la llamó, pero ella
no contestó, estaba dormida. Cipriano, que estaba por allí cuidando las flores,
se dio cuenta de lo que pasaba y decidió ir él mismo a recoger las cartas que
habían llegado. Una vez las recogió y las dejó sobre la mesa del salón, salió a
llenar la regadera a la fuente y mientras ésta se llenaba se dedicó a mirar la
cara de Eleonor; “Que agradable” pensó Cipriano. Abstraído por aquello, no se
dio cuenta de que la regadera estaba llena y a punto de saltarse; cuando el
agua saltó sobre la fuente salpicó a Eleonor, lo que hizo que se levantara de
un sobresalto y diera justo a parar frente la cara de Cipriano.
-¡Lo…Lo siento! No
era mi intención que salpicara el agua despertándote – Dijo Cipriano enrojecido
y separándose de la cara de Eleonor.
-¡Tranquilo! No ha
sido para tanto, no te preocupes –Dijo Eleonor riéndose- Te has puesto nervioso
por si me enfadaba.
Eleonor era una
persona muy dulce, pero también resultaba fácil ver su enfado y su
intranquilidad
ante diversas
situaciones. Esta, por el momento, no era el caso.
-Así es, no ha
debido de ser agradable. Te veías muy tranquila.
-La verdad es que
hace un tiempo precioso para reposar aquí junto el sonido del agua ¿No es
maravilloso poder disfrutar de este tiempo?
-Supongo que sí, no
es demasiado caluroso y tampoco es frío, es un clima de lo más adecuado para
toda la vegetación que rodea este palacio. –Dijo mirando con una sonrisa todo
lo que le rodeaba, sintiéndose orgulloso.
-Siento que de
verdad te gusta tu trabajo. A mi también me encanta cuidar de las flores, en
especial las que hay aquí, me resultan tan frágiles y tan fuertes a la vez…
-Dijo quedándose mirando hacia un punto fijo- ¡Todo un modelo a seguir! –Dijo
esta vez sonriente y con un toque de humor.
Los dos rieron
juntos y se quedaron en silencio escuchando como el agua de la fuente hacía una
y otra vez su recorrido.
Cipriano, como bien
nombré antes es el cultivador y floricultor del palacio, o el jardinero, como
Eleonor lo llamaba a veces. Se trataba de un chico 2 años mayor que Eleonor.
Llevaba trabajando allí tan solo 6 meses; los primeros 3 meses solo iba una vez
a la semana para cuidar el jardín, pero después, tras solucionar ciertos
asuntos, se quedó viviendo en palacio, como todos los que allí trabajaban. Era
un chico no mucho más alto que Eleonor, tenía el pelo cobrizo oscuro, los ojos
color pardo, su rostro denotaba una gran juventud y alegría y su sonrisa era
muy amplia; sobre sus manos resaltaban, no excesivamente, sus venas; sus brazos
no eran muy velludos pero sí de aspecto varonil; siempre calzaba unas apalgatas
y todos los días, llevaba una prenda de color verde. Siempre resultaba una
persona alegre y optimista, además de valiente. Sin duda, el tipo de persona
sobrecogedora que siempre extiende sus dos brazos ante cualquier adversidad;
pero cuidado, también algo orgulloso y prejuicioso.
-Por cierto, me ha
extrañado que cortases amapolas justo hoy lunes ¿Ha de pasar algo importante?
–Dijo Eleonor con curiosidad.
-N..No
realmen..te-Dijo Cipriano tartajoso; y al darse cuenta de su indecisión para
contestarle, prosiguió rápidamente.- Es tan solo que hoy gustaba hacerlo así,
para que por lo menos, esta mañana estuvieras feliz.
-¿Cómo que para que
esta mañana estuviera feliz? Noto algo extraño en tu contestación. Incluso
Berenice ha cocinado mi desayuno preferido, hacía lo menos 3 semanas desde que
no lo hacía porque dice que es muy pesado y carece de tiempo para ello.
-Son solo
obsesiones tuyas, tranquila. –Dijo esta vez mirando alrededor de sí mismo, y
volvió a centrar su mirada en ella.- Deberías ir a la puerta principal, creo
que ya es hora.
-¿Hora de qué? –
Dijo Eleonor cada vez más ajena a todo.
Cipriano, al ver
que por momentos Eleonor iba a entrar en estado de conmoción soltó una pequeña
carcajada.
-Ayer mismo por la
tarde te lo dijo, estaba yo presente; tenías que ir a la puerta principal,
quería decirte algo importante.
-… ¡Es cierto! No
me acordaba ¡Muchas gracias por recordármelo, debe de esta esperándome! –Dijo
al tiempo que empezaba a correr para llegar lo antes posible.
-¡Espera! –Dijo
Cipriano con expresión seria mientras la alcanzaba agarrándole por su delgada
muñeca- Prométeme que en cuanto termines, vendrás de nuevo aquí..
-S..sí,
claro.-Quitó su singular expresión de extrañez, se acercó más a la cara de
Cipriano y sonrió optimistamente- Lo haré.

1 comentarios:
Hola.La respuesta a tu comentario la tienes en mi blog. He impreso el cuento de tu blog entero y estoy ansiosa por leerlo esta noche (;Esque,a mi me cuesta leer en pantalla por eso lo he impreso
Pásate por el blog cuando quieras (:
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¡Muchísimas gracias por entrar en mi blog y leer esta entrada!
Espero tu opinión✿