Eleonor
fue corriendo hasta la entrada principal de palacio donde la esperaba su padre.
La
relación que tenía con él no era muy estrecha; él siempre creía hacer lo mejor
para su hija, pero claro, según sus criterios. Esto era algo que no agradaba a
Eleonor, ya que ella creía que primero habías de consultar con la persona en
cuestión, o por lo menos tener una gran determinación con dicha persona.
Pensaréis pues, que su padre sería una de aquellas personas, pero no era así. Su padre, Adalberto, jamás tuvo estrechas relaciones con ella, ya
que la gran ilusión de su vida era tener un descendiente varón, cosa que para
su “desgracia” no consiguió tener nunca a causa de que en el primer parto de
Agnese, su madre, la vida de ésta peligró de tal manera que las posibilidades
de supervivencia llegaron a ser casi nulas. Esto no creó un gran rechazo sobre Eleonor,
pero si fue motivo de algo de repudio.
En
su infancia, su padre tenía que trasladarse de un lado para otro y poder así mantener su estatus económico y social, ya que no eran una parte estricta de la
nobleza, pero si adinerados; digámosle burgueses. Esto último era a causa de
sus inmensas relaciones con la sociedad nacional e internacional, así pues,
como su integración en diversos proyectos económicos, herencia de su
padre.
Actualmente, es totalmente distinto, ya que es
su padre quien reside más tiempo en palacio y su madre la que debe pasar
más tiempo fuera de él. Agnese, estaba
al otro lado de la ciudad ejerciendo una serie de cuidados para su abuela y su
tía, las cuales estaban afectadas por un virus que mantenía ocupado a toda
aquella parte de la ciudad al otro lado del río.
Una vez llegó a la puerta principal, saludó a su padre con un beso en la mejilla y le preguntó:
-¿Por
qué esta reunión aquí padre?
-Vaya,
estas muy guapa Eleonor ¿Acaso ya te ha dicho algo Cipriano? Te he visto
hablando con él. –Dijo Adalberto mirando a la lejanía del camino.
-Gracias
padre, pero no, ¿Qué es lo que había de decirme?
Justo
en ese momento se oyó el sonido de unos cascabeles y los pasos de unos caballos, a los pocos segundos, se deslumbró un extraordinario carruaje arrastrado
efectivamente por dos magníficos caballos blancos que torcían el camino para
llegar hasta la puerta del palacio.
-Lo
sabrás ahora mismo querida. –Dijo Adalberto satisfecho y sonriendo mientras le
acariciaba el pelo a su hija.
Así
pues, el carruaje se quedó parado justo delante de ellos. Eleonor estaba
sorprendida por cuánta riqueza podía rodear ese carruaje; ella pertenecía a una
familia adinerada pero estaba claro que ese carruaje no podía corresponder a
nadie más que a una persona perteneciente a la nobleza. Era un gran carruaje,
alto, con forma redondeada y pintado de un blanco deslumbrante en su totalidad rodeado también por una fina línea plateada en todos su contornos; en su parte trasera guardaba las iniciales
D.L con una finísima escritura de color negro; el mango de la puerta era de
oro, y su respectiva cortina, de seda roja, y además, gozaba de unas grandes
ruedas bañadas en oro, cuyo movimiento junto con los rayos del sol alumbraban el
camino como si de luz propia se tratase.
De
aquella gran entidad, bajó un robusto hombre con un frondoso bigote y una capa
de verdadero pelo animal, posteriormente una delgada anciana muy maquillada y
peinada, la cual llevaba un vestido muy lujoso, y por último un varón aparentemente más petizo que Eleonor pero no por esto menos atractivo, con unos grandes y a la
vez rasgados ojos azules, su pelo era algo largo y muy rubio; poseía una tez
blanquecina que hacía que las pequeñas venas de sus párpados quedaran casi al
descubierto, su nariz era muy perfilada y sus labios rosados y pequeños; sus
brazos no eran muy gruesos pero sí algo velludos, solo que al ser rubios no era
fácil constatarse de ello; su espalda era ancha y su indumentaria, propia de
alguien adulto de la nobleza, cosa, que en aquel varón que consideraba tener la
misma o menor edad que Eleonor no era muy adecuada.
Una vez los tres delante de ellos comenzó a encontrarse intranquila.
-¡Buenos
días Giacomo! Pensé que no llegaríais nunca. –Dijo Adalberto sonriendo muy
orgulloso y dando unas palmaditas en el hombro a su invitado.- ¿Cómo os ha ido
el trayecto?
-¡Cuánto
tiempo sin verte Adalberto! Desde lo acordado no hemos vuelto a coincidir. Ha
ido perfecto, no se nos ha hecho para nada cansado.
-Me
alegro muchísimo por ello, más tarde os enseñaremos algunos de los bonitos
lugares de los alrededores.
-Estaremos
encantados –Dijo Giacomo cerrando la conversación animadamente.- Por el momento
os presento a mi madre Gianna y a mi hijo Ettore.
Eleonor
aún no sabía lo que estaba ocurriendo en aquel instante. Aquel hombre le
parecía algo imprudente pero muy alegre, sin embargo, el que por el momento
indicaba ser su hijo desprendía un ambiente misterioso con solo mirarle al
rostro.
Tanto
la anciana mujer como aquel modesto chico saludaron a Adalberto cordialmente
pero cuando llegó el turno de Eleonor, Gianna le sonrió falsamente con una
mirada amenazadora y envidiosa mientras que Ettore se arrodilló y le besó los
nudillos dulcemente. A Eleonor, esto le pareció algo excesivo, pero que la
trataran de aquella manera le pareció cuanto menos agradable.
-Gusto
en conocerla. ¿Tendría el placer de conocer su nombre? –Dijo Ettore rompiendo
un poco el silencio que se había producido en ese instante y mirando fijamente
a Eleonor.
-¡Qué
descuido! –Dijo Adalberto sobresaltado y privando a Eleonor de poder responder
por sí misma.- Había olvidado deciros
sobre mi primogénita. Su nombre es Eleonor y tiene 17 años; si no recuerdo mal,
también es tu edad ¿Verdad Ettore?
-Eleonor…
-Ettore se quedó mirando fijamente a Eleonor ubicando su semblante en los ojos
de ésta- Tienes nombre de princesa –Dijo finalmente sonriendo y con voz
profunda.- Si, me parece que tenemos la misma edad. –Respondió educadamente a
Adalberto tras darse cuenta de su descuido.
Eleonor
se quedó del todo desconcertada ante tal individuo. Efectivamente, tenía su
misma edad pero había algo que lo hacía más mayor, quizás su voz, quizás su
mirada, quizás sus manos… Expreso esto último porque Eleonor tenía la costumbre
de observar las manos de las personas, según ella, éstas decían mucho sobre la
persona en cuestión. No sabía qué hacía allí tal personaje, ni tampoco hasta
cuando estaría, pero presentía que le tocaría estar más tiempo del deseado con
esta persona la cual le hacía sentir inquieta.
Cuando
terminaron de personarse, Adalberto y Giacomo se quedaron hablando de sus
proyectos futuros, de su pasado y varias conversaciones típicas de dos aliados
que llevaban mucho tiempo sin verse; mientras tanto, Eleonor se quedó mirando
el pavimento nerviosa con un juego de manos continuo, ya que sentía que Ettore
la estaba estudiando, detallando y examinando de arriba abajo; es por esto que
quería salir corriendo de allí ya que sentía que todos ellos sabían de algo que
ella no; aquella mañana estaba resultando a fin de cuentas detestable.
-Por
cierto Eleonor, Giacomo y Ettore nunca han estado aquí, pienso que sería mejor
si yo fuera con Giacomo y su madre a enseñarles las salas más emblemáticas de
nuestro hogar mientras que tu le enseñas nuestro precioso jardín y otra de
nuestras salas más entretenidas a Ettore. –Dijo Adalberto de forma curiosa y
comprometida a Eleonor.
Eleonor
se quedó pensativa. Sabía que tendría que realizar este trabajo antes o después
pero sinceramente, carecía de ganas para hacerlo en ese momento. Cuando su
silencio estaba empezando a ser del todo inadecuado, contestó.
-Claro,
así lo haré, seguro que estará encantado con todo. –Dijo Eleonor con una
sonrisa desganada para evitar futuras reprimendas.
-¡Perfecto,
comencemos! –Dijo Adalberto pegando un pequeño brinco e indicándole a Giacomo
por dónde iban a comenzar su trayecto.
Así
pues Eleonor y Ettore se quedaron solos en la puerta principal y Eleonor reunió
parte de sus fuerzas para arrancar una conversación y se decidió a hablar.
-Bu..
–Dijo Eleonor convencida, pero fue cortada por otra voz.
-Bue…
–Dijo Ettore entrecortando la frase que tanto le había costado a Eleonor
pronunciar.
Ambos rieron desatando los nervios por los
que estaban presos.
-Dime
lo que me ibas a decir hasta hace un momento –Dijo Ettore amablemente
proponiéndole iniciar la conversación.
Eleonor
se dio cuenta de que Ettore estaba algo rojo, no sabía exactamente si por la
risa o por timidez, pero si bien es cierto que antes estaba confundida ante su
persona, ahora lo estaba aún más; de todos modos, aquellos tonos rojizos en la
cara de Ettore le habían echo darse cuenta de lo “mono” que le resultaba ahora.
-Gracias
–Dijo Eleonor en un tono más bajo para poder iniciar la conversación con más
fuerza en sus próximas palabras- Si
gustas de ello, puedo comenzar enseñándote el jardín, sin duda es el lugar más
precioso de este palacio y así puedes conocer a Cipriano; es un buen amigo mío,
se encarga de cuidar toda la parte exterior del palacio, especialmente, de la
jardinería de éste.
-No
hace falta que me hables tan correctamente, Eleonor, puedes hablar conmigo con
total confianza –Dijo mientras le quitaba un cabello suelto que caía sobre su
rostro.- y por supuesto que me parece bien, veamos que tan bonito es el jardín
y así podré conocer a Cipriano.
Eleonor
asintió con la cabeza, no tenía palabras para más. Ettore le propuso con un
sencillo gesto que caminara cogida de su brazo, e indecisa por aquello aceptó
la “propuesta”, aparentemente de forma tranquila y emprendieron el sendero dotado
de piedras castañas, adornadas con pequeñas hierbas entre ellas y que además
indicaban el camino hacia la puerta de aquel jardín.

3 comentarios:
Hola:
He llegado aquí de casualidad. Y la verdad, no me arrepiento para nada. . . ^^
Tienes un blog muy bueno y una historia muy bonita.
Continúa así :3
P.D: ¿Nos seguimos?
Un saludo :)
hola .Ya tienes tu regalito en mi blog.qUE LO DISFRUTES (;
Mies de besitos
Mi querido jardinero... Que tierno y delicado y comprensivo y... Jejeje
Te sigo!
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