~ Capítulo 2 ~

miércoles, 28 de agosto de 2013

Eleonor fue corriendo hasta la entrada principal de palacio donde la esperaba su padre.
La relación que tenía con él no era muy estrecha; él siempre creía hacer lo mejor para su hija, pero claro, según sus criterios. Esto era algo que no agradaba a Eleonor, ya que ella creía que primero habías de consultar con la persona en cuestión, o por lo menos tener una gran determinación con dicha persona. Pensaréis pues, que su padre sería una de aquellas personas, pero no era así. Su padre, Adalberto,  jamás tuvo estrechas relaciones con ella, ya que la gran ilusión de su vida era tener un descendiente varón, cosa que para su “desgracia” no consiguió tener nunca a causa de que en el primer parto de Agnese, su madre, la vida de ésta peligró de tal manera que las posibilidades de supervivencia llegaron a ser casi nulas. Esto no creó un gran rechazo sobre Eleonor, pero si fue motivo de algo de repudio.
En su infancia, su padre tenía que trasladarse de un lado para otro y poder así mantener su estatus económico y social, ya que no eran una parte estricta de la nobleza, pero si adinerados; digámosle burgueses. Esto último era a causa de sus inmensas relaciones con la sociedad nacional e internacional, así pues, como su integración en diversos proyectos económicos, herencia de su padre. 
 Actualmente, es totalmente distinto, ya que es su padre quien reside más tiempo en palacio y su madre la que debe pasar más tiempo fuera de él.  Agnese, estaba al otro lado de la ciudad ejerciendo una serie de cuidados para su abuela y su tía, las cuales estaban afectadas por un virus que mantenía ocupado a toda aquella parte de la ciudad al otro lado del río.

Una vez llegó a la puerta principal, saludó a su padre con un beso en la mejilla y le preguntó:

-¿Por qué esta reunión aquí padre?
-Vaya, estas muy guapa Eleonor ¿Acaso ya te ha dicho algo Cipriano? Te he visto hablando con él. –Dijo Adalberto mirando a la lejanía del camino.
-Gracias padre, pero no, ¿Qué es lo que había de decirme?

Justo en ese momento se oyó el sonido de unos cascabeles y los pasos de unos caballos, a los pocos segundos, se deslumbró un extraordinario carruaje arrastrado efectivamente por dos magníficos caballos blancos que torcían el camino para llegar hasta la puerta del palacio.

-Lo sabrás ahora mismo querida. –Dijo Adalberto satisfecho y sonriendo mientras le acariciaba el pelo a su hija.

Así pues, el carruaje se quedó parado justo delante de ellos. Eleonor estaba sorprendida por cuánta riqueza podía rodear ese carruaje; ella pertenecía a una familia adinerada pero estaba claro que ese carruaje no podía corresponder a nadie más que a una persona perteneciente a la nobleza. Era un gran carruaje, alto, con forma redondeada y pintado de un blanco deslumbrante en su totalidad rodeado también por una fina línea plateada en todos su contornos;  en su parte trasera guardaba las iniciales D.L con una finísima escritura de color negro; el mango de la puerta era de oro, y su respectiva cortina, de seda roja, y además, gozaba de unas grandes ruedas bañadas en oro, cuyo movimiento junto con los rayos del sol alumbraban el camino como si de luz propia se tratase.
De aquella gran entidad, bajó un robusto hombre con un frondoso bigote y una capa de verdadero pelo animal, posteriormente una delgada anciana muy maquillada y peinada, la cual llevaba un vestido muy lujoso, y por último un varón aparentemente más petizo que Eleonor pero no por esto menos atractivo, con unos grandes y a la vez rasgados ojos azules, su pelo era algo largo y muy rubio; poseía una tez blanquecina que hacía que las pequeñas venas de sus párpados quedaran casi al descubierto, su nariz era muy perfilada y sus labios rosados y pequeños; sus brazos no eran muy gruesos pero sí algo velludos, solo que al ser rubios no era fácil constatarse de ello; su espalda era ancha y su indumentaria, propia de alguien adulto de la nobleza, cosa, que en aquel varón que consideraba tener la misma o menor edad que Eleonor no era muy adecuada.

Una vez los tres delante de ellos comenzó a encontrarse intranquila.

-¡Buenos días Giacomo! Pensé que no llegaríais nunca. –Dijo Adalberto sonriendo muy orgulloso y dando unas palmaditas en el hombro a su invitado.- ¿Cómo os ha ido el trayecto?
-¡Cuánto tiempo sin verte Adalberto! Desde lo acordado no hemos vuelto a coincidir. Ha ido perfecto, no se nos ha hecho para nada cansado.
-Me alegro muchísimo por ello, más tarde os enseñaremos algunos de los bonitos lugares de los alrededores.
-Estaremos encantados –Dijo Giacomo cerrando la conversación animadamente.- Por el momento os presento a mi madre Gianna y a mi hijo Ettore.

Eleonor aún no sabía lo que estaba ocurriendo en aquel instante. Aquel hombre le parecía algo imprudente pero muy alegre, sin embargo, el que por el momento indicaba ser su hijo desprendía un ambiente misterioso con solo mirarle al rostro.
Tanto la anciana mujer como aquel modesto chico saludaron a Adalberto cordialmente pero cuando llegó el turno de Eleonor, Gianna le sonrió falsamente con una mirada amenazadora y envidiosa mientras que Ettore se arrodilló y le besó los nudillos dulcemente. A Eleonor, esto le pareció algo excesivo, pero que la trataran de aquella manera le pareció cuanto menos agradable.

-Gusto en conocerla. ¿Tendría el placer de conocer su nombre? –Dijo Ettore rompiendo un poco el silencio que se había producido en ese instante y mirando fijamente a Eleonor.
-¡Qué descuido! –Dijo Adalberto sobresaltado y privando a Eleonor de poder responder por sí misma.-  Había olvidado deciros sobre mi primogénita. Su nombre es Eleonor y tiene 17 años; si no recuerdo mal, también es tu edad ¿Verdad Ettore?
-Eleonor… -Ettore se quedó mirando fijamente a Eleonor ubicando su semblante en los ojos de ésta- Tienes nombre de princesa –Dijo finalmente sonriendo y con voz profunda.- Si, me parece que tenemos la misma edad. –Respondió educadamente a Adalberto tras darse cuenta de su descuido.

Eleonor se quedó del todo desconcertada ante tal individuo. Efectivamente, tenía su misma edad pero había algo que lo hacía más mayor, quizás su voz, quizás su mirada, quizás sus manos… Expreso esto último porque Eleonor tenía la costumbre de observar las manos de las personas, según ella, éstas decían mucho sobre la persona en cuestión. No sabía qué hacía allí tal personaje, ni tampoco hasta cuando estaría, pero presentía que le tocaría estar más tiempo del deseado con esta persona la cual le hacía sentir inquieta.

Cuando terminaron de personarse, Adalberto y Giacomo se quedaron hablando de sus proyectos futuros, de su pasado y varias conversaciones típicas de dos aliados que llevaban mucho tiempo sin verse; mientras tanto, Eleonor se quedó mirando el pavimento nerviosa con un juego de manos continuo, ya que sentía que Ettore la estaba estudiando, detallando y examinando de arriba abajo; es por esto que quería salir corriendo de allí ya que sentía que todos ellos sabían de algo que ella no; aquella mañana estaba resultando a fin de cuentas detestable.

-Por cierto Eleonor, Giacomo y Ettore nunca han estado aquí, pienso que sería mejor si yo fuera con Giacomo y su madre a enseñarles las salas más emblemáticas de nuestro hogar mientras que tu le enseñas nuestro precioso jardín y otra de nuestras salas más entretenidas a Ettore. –Dijo Adalberto de forma curiosa y comprometida a Eleonor.

Eleonor se quedó pensativa. Sabía que tendría que realizar este trabajo antes o después pero sinceramente, carecía de ganas para hacerlo en ese momento. Cuando su silencio estaba empezando a ser del todo inadecuado, contestó.

-Claro, así lo haré, seguro que estará encantado con todo. –Dijo Eleonor con una sonrisa desganada para evitar futuras reprimendas.
-¡Perfecto, comencemos! –Dijo Adalberto pegando un pequeño brinco e indicándole a Giacomo por dónde iban a comenzar su trayecto.

Así pues Eleonor y Ettore se quedaron solos en la puerta principal y Eleonor reunió parte de sus fuerzas para arrancar una conversación y se decidió a hablar.

-Bu.. –Dijo Eleonor convencida, pero fue cortada por otra voz.
-Bue… –Dijo Ettore entrecortando la frase que tanto le había costado a Eleonor pronunciar.

   Ambos rieron desatando los nervios por los que estaban presos.

-Dime lo que me ibas a decir hasta hace un momento –Dijo Ettore amablemente proponiéndole iniciar la conversación.

Eleonor se dio cuenta de que Ettore estaba algo rojo, no sabía exactamente si por la risa o por timidez, pero si bien es cierto que antes estaba confundida ante su persona, ahora lo estaba aún más; de todos modos, aquellos tonos rojizos en la cara de Ettore le habían echo darse cuenta de lo “mono” que le resultaba ahora.

-Gracias –Dijo Eleonor en un tono más bajo para poder iniciar la conversación con más fuerza en sus próximas palabras-  Si gustas de ello, puedo comenzar enseñándote el jardín, sin duda es el lugar más precioso de este palacio y así puedes conocer a Cipriano; es un buen amigo mío, se encarga de cuidar toda la parte exterior del palacio, especialmente, de la jardinería de éste.
-No hace falta que me hables tan correctamente, Eleonor, puedes hablar conmigo con total confianza –Dijo mientras le quitaba un cabello suelto que caía sobre su rostro.- y por supuesto que me parece bien, veamos que tan bonito es el jardín y así podré conocer a Cipriano.


Eleonor asintió con la cabeza, no tenía palabras para más. Ettore le propuso con un sencillo gesto que caminara cogida de su brazo, e indecisa por aquello aceptó la “propuesta”, aparentemente de forma tranquila y emprendieron el sendero dotado de piedras castañas, adornadas con pequeñas hierbas entre ellas y que además indicaban el camino hacia la puerta de aquel jardín.

~ Capítulo 1 ~

lunes, 26 de agosto de 2013

El día se despertaba ambicioso, optimista, humilde y muy soleado. Aún el verano no había recargado todas sus fuerzas, por lo que el clima todavía se encontraba bien adaptado a la primavera; ésta dejaba entrar por la ventana una cálida brisa primaveral y junto a ella, restos de polen y pétalos sueltos de las hermosas flores silvestres más débiles. El viento soplaba en dirección norte, esto hacía que los olores de toda la vegetación de alrededor entraran también como invitado principal. Debido a que el día se presentaba calmado, no se percibía ningún sonido del río ni de la fuente situada a la entrada del castillo, pero como todas las mañanas, los pájaros propios del lugar ya adaptados en sus numerosos nidos, revoloteaban y cantaban contentos. Sin duda, todo un deleite para comenzar el día.
Frente a su tocador de madera, Eleonor se peinaba el pelo aún en pijama, y se disponía a enfrentar un día más.  Ella era la más “pequeña” del castillo, ya que los únicos que habitaban en él por aquel entonces, eran todas las personas que trabajaban allí y su padre. Tenía 17 años, era de estatura media y delgada; su piel, clara y algo rosada; sus ojos, grandes y de color miel, sus pestañas eran de gran longitud, pero sin embargo, no muy espesas; no tenía la cara redondeada, pero sus mejillas resaltaban junto a su sonrisa, la cual estaba enmarcada en unos labios no muy gruesos pero los cuales podían rodearla sin dificultad; su nariz era perfilada y mediana, mientras que su pelo, de color chocolate, se presentaba lacio a partir de la raíz, pero conforme se aproximaba a las puntas, se convertía en bonitas ondulaciones que acababan justo debajo de su pecho.
Cuando terminó de peinarse, abrió su gran armario para elegir qué ropa se pondría hoy. Estaba contenta, y sin saber que este estado de ánimo se consumaría pronto, escogió su vestido favorito de día; era un vestido turquesa, con unos finos tirantes, de altura justa para dejar ver su collar; ajustado hasta la cintura por un largo lazo verde y suelto hasta los pies. Por último, con un calzado plano también de color verde, terminó con su atuendo.

Cuando bajó las rojas escaleras aterciopeladas que llevaban hasta el salón, percibió un delicioso olor a pan recién hecho, esto último le hizo aligerar sus pasos para sentarse en la mesa.
 Ya allí sentada, hizo un repaso general de lo que había en ella: Justo debajo suyo encontró un par de tostadas de pan rociadas con aceite de oliva, un cuenco de cerámica en el que reposaba las ralladuras de un tomate y un vaso con un poco de vino de grignolino, el cual le encantaba a Eleonor por la cantidad de perfumes florales que podía llegar a apreciar; levantando un poco la mirada, se encontró con un jarrón de cristal, en el cual reposaba un ramo de amapolas recién cortadas. Cipriano, el floricultor y cultivador del palacio, cortaba un ramo todas las mañanas bien temprano, para que todos tuviesen algo agradable a la vista mientras desayunaban; eventualmente cortaba amapolas, y muy pocas veces Berenice, la cocinera, hacía el desayuno favorito de Eleonor. Todo esto podía indicar dos cosas: algo realmente bueno o algo muy malo iba a suceder.
Tras desayunar, se dirigió a dar un paseo por el jardín delantero del palacio donde esperaría la llegada del mensajero, leería un rato y repasaría con la vista las hermosas flores silvestres que tanto le gustaba mirar.

Una vez allí, se sentó junto a la fuente colocada en el centro de aquel jardín, y sacó el libro que estaba a punto de terminar, le faltaban muy pocas hojas pero el día anterior no quiso terminarlo; esperó ambiciosamente a llegar a un lugar apropiado para poder hacerlo, así pues, con el sol como luz predestinada a alumbrar las hojas de su libro, comenzó a leer nerviosa aquel drama que parecía no tener salida.

Cuando apenas iba a terminarlo, su vista comenzó a nublarse, y sus ojos a humedecerse. A pesar de saber el tipo de libro que había escogido para leer, estaba sumida en una gran tristeza, aquello le daba tanta pena… Aquel no era el primer ni el segundo libro de aquellas características que se leía. Algunas personas, la podrán calificar como masoca, pero era simple admiración a aquel arte. Tras concluir con el dichoso final, cerró el libro, se apoyó en uno de los pilares de la fuente y se quedó mirando al cielo meditando sobre aquello; esto era algo que le gustaba hacer, quería sacar sus propias conclusiones.

Tiempo después llego el mensajero, y pensando éste que estaría despierta, la llamó, pero ella no contestó, estaba dormida. Cipriano, que estaba por allí cuidando las flores, se dio cuenta de lo que pasaba y decidió ir él mismo a recoger las cartas que habían llegado. Una vez las recogió y las dejó sobre la mesa del salón, salió a llenar la regadera a la fuente y mientras ésta se llenaba se dedicó a mirar la cara de Eleonor; “Que agradable” pensó Cipriano. Abstraído por aquello, no se dio cuenta de que la regadera estaba llena y a punto de saltarse; cuando el agua saltó sobre la fuente salpicó a Eleonor, lo que hizo que se levantara de un sobresalto y diera justo a parar frente la cara de Cipriano.

-¡Lo…Lo siento! No era mi intención que salpicara el agua despertándote – Dijo Cipriano enrojecido y separándose de la cara de Eleonor.
-¡Tranquilo! No ha sido para tanto, no te preocupes –Dijo Eleonor riéndose- Te has puesto nervioso por si me enfadaba.

Eleonor era una persona muy dulce, pero también resultaba fácil ver su enfado y su intranquilidad
ante diversas situaciones. Esta, por el momento, no era el caso.

-Así es, no ha debido de ser agradable. Te veías muy tranquila.
-La verdad es que hace un tiempo precioso para reposar aquí junto el sonido del agua ¿No es maravilloso poder disfrutar de este tiempo?
-Supongo que sí, no es demasiado caluroso y tampoco es frío, es un clima de lo más adecuado para toda la vegetación que rodea este palacio. –Dijo mirando con una sonrisa todo lo que le rodeaba, sintiéndose orgulloso.
-Siento que de verdad te gusta tu trabajo. A mi también me encanta cuidar de las flores, en especial las que hay aquí, me resultan tan frágiles y tan fuertes a la vez… -Dijo quedándose mirando hacia un punto fijo- ¡Todo un modelo a seguir! –Dijo esta vez sonriente y con un toque de humor.

Los dos rieron juntos y se quedaron en silencio escuchando como el agua de la fuente hacía una y otra vez su recorrido.
Cipriano, como bien nombré antes es el cultivador y floricultor del palacio, o el jardinero, como Eleonor lo llamaba a veces. Se trataba de un chico 2 años mayor que Eleonor. Llevaba trabajando allí tan solo 6 meses; los primeros 3 meses solo iba una vez a la semana para cuidar el jardín, pero después, tras solucionar ciertos asuntos, se quedó viviendo en palacio, como todos los que allí trabajaban. Era un chico no mucho más alto que Eleonor, tenía el pelo cobrizo oscuro, los ojos color pardo, su rostro denotaba una gran juventud y alegría y su sonrisa era muy amplia; sobre sus manos resaltaban, no excesivamente, sus venas; sus brazos no eran muy velludos pero sí de aspecto varonil; siempre calzaba unas apalgatas y todos los días, llevaba una prenda de color verde. Siempre resultaba una persona alegre y optimista, además de valiente. Sin duda, el tipo de persona sobrecogedora que siempre extiende sus dos brazos ante cualquier adversidad; pero cuidado, también algo orgulloso y  prejuicioso.

-Por cierto, me ha extrañado que cortases amapolas justo hoy lunes ¿Ha de pasar algo importante? –Dijo Eleonor con curiosidad.
-N..No realmen..te-Dijo Cipriano tartajoso; y al darse cuenta de su indecisión para contestarle, prosiguió rápidamente.- Es tan solo que hoy gustaba hacerlo así, para que por lo menos, esta mañana estuvieras feliz.
-¿Cómo que para que esta mañana estuviera feliz? Noto algo extraño en tu contestación. Incluso Berenice ha cocinado mi desayuno preferido, hacía lo menos 3 semanas desde que no lo hacía porque dice que es muy pesado y carece de tiempo para ello.
-Son solo obsesiones tuyas, tranquila. –Dijo esta vez mirando alrededor de sí mismo, y volvió a centrar su mirada en ella.- Deberías ir a la puerta principal, creo que ya es hora.
-¿Hora de qué? – Dijo Eleonor cada vez más ajena a todo.
Cipriano, al ver que por momentos Eleonor iba a entrar en estado de conmoción soltó una pequeña carcajada.
-Ayer mismo por la tarde te lo dijo, estaba yo presente; tenías que ir a la puerta principal, quería decirte algo importante.
-… ¡Es cierto! No me acordaba ¡Muchas gracias por recordármelo, debe de esta esperándome! –Dijo al tiempo que empezaba a correr para llegar lo antes posible.
-¡Espera! –Dijo Cipriano con expresión seria mientras la alcanzaba agarrándole por su delgada muñeca- Prométeme que en cuanto termines, vendrás de nuevo aquí..

-S..sí, claro.-Quitó su singular expresión de extrañez, se acercó más a la cara de Cipriano y sonrió optimistamente- Lo haré.


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